Cuando hablamos de medusas, resulta inevitable hablar de su potente veneno, o de la potencial amenaza que representa para todos los bañistas entusiastas que acuden a las playas cada verano. Sin embargo, este hecho es una verdad a medias, ya que estos organismos no son ni tan agresivos, ni tan perjudiciales para la vida humana.
Realmente, existen aspectos mucho más interesantes alrededor de la vida de las medusas. Por ejemplo, el hecho de ser consideradas las criaturas vivientes más antiguas de nuestro planeta (¿Sabías que existe una medusa que nunca muere?), o la asombrosa variedad de especies que existen (más de 2000), algunas de ellas aún sin identificar.
Dentro de la categoría medusas, se agrupan además otras especies como las anémonas, las hidras y la carabela portuguesa. Aun así, la especie más popular, las medusas escifozoos, son las que presentan una forma característica de sombrilla, y las cuales se mueven a través de peculiares movimientos. Algunos de estos ejemplares son capaces de brillar en la oscuridad, y su tamaño varía desde unos pocos centímetros hasta los cinco metros de diámetro.
Por supuesto, y para no alejarnos del tema central, la fama de estos invertebrados deriva principalmente de su toxicidad, aunque es necesario destacar que se trata de un mecanismo de defensa natural. O sea, las medusas son incapaces de atacar directamente a los humanos. Sus tentáculos están diseñados para liberar el veneno ante el más mínimo contacto, y con ello logran alimentarse y espantar a sus depredadores.
Veamos más a fondo esta cuestión.
Hablar de una picadura de medusa es un término inexacto, cuando más bien deberíamos referirnos a una “rozadura” de medusas. Esta confusión tiende a reforzar la mala reputación de estos seres marinos, cuyo contacto con los bañistas suele ser meramente accidental. Cuando este hecho se produce, las células urticantes (nematocistos) presentes en los tentáculos, liberan unos filamentos que contienen el veneno.
La composición del veneno varía en dependencia de cada especie, aunque de manera general, se trata de una mezcla de elementos proteicos y enzimas junto a otros agentes urticantes como la thalassina, y causantes de dolor y parálisis como la hipnocina y la congestina. Cada uno de estos elementos aporta propiedades neurotóxicas y cardiotóxicas a la toxina.
Generalmente, al entrar en contacto con una medusa, las personas experimentarán una sensación de ardor inmediata, acompañada de inflamación y enrojecimiento. En casos extremos puede tomar lugar una fuerte reacción alérgica a la toxina, causando un shock anafiláctico que puede conducir a un fallo respiratorio, o al ahogamiento de la víctima.
Además de lo anterior, debemos tener en cuenta otros factores como la densidad de células urticantes (variable según la especie), la zona afectada (según haya riesgo de entrar al torrente sanguíneo) y la edad o el estado de salud en general (lactantes, ancianos y personas débiles conforman el grupo de riesgo). Por supuesto, estos escenarios son muy poco frecuentes, sobre todo en nuestro hemisferio, donde no contamos con la presencia de ejemplares tan peligrosos como las ortigas de mar y la medusa melena de león.
Recientemente en los últimos años, las costas españolas han experimentado una mayor presencia de medusas, lo que responde a factores climatológicos y medioambientales, pero sobre todo a la acción irresponsable del ser humano. Por ejemplo, la sobrepesca ha permitido reducir el número de depredadores de este animal, lo que aumenta sus probabilidades de supervivencia. Al mismo tiempo, y aunque parezca increíble, el derrame de desechos tóxicos sobre el mar le aporta nuevos nutrientes para su alimentación.
Del mismo modo, la escasez de lluvia es otro de los elementos que contribuye a aumentar el número de medusas en nuestras playas, pues durante la época de sequía se produce una reducción de los niveles de agua dulce sobre el mar, así como un desbalance térmico entre las aguas de la costa y de mar adentro. Todo lo anterior, permite que las medusas amplíen sus dominios y afecten a los bañistas cada verano, especialmente algunos ejemplares como la Pelagia noctiluca y la carabela portuguesa.
Primeramente, debemos evitar rascarnos, pues podemos activar algunas células tóxicas de la medusa que aún permanecen inertes sobre nuestra piel. Lo anterior aplica también para el uso de toallas, arena o agua dulce. Seguidamente, será necesario enjuagar el área afectada con abundante agua de mar, y aunque algunos remedios populares recomienden la orina, lo más seguro es el vinagre. Al ser un ácido débil, el vinagre evita que los nematocistos “exploten” sobre la piel causando mayor dolor.
Además de lo anterior, podemos aplicar compresas frías durante quince minutos para aliviar los síntomas del veneno, y se recomienda (en caso de dolor intenso), la suplementación de antihistamínicos como la difenhidramina. El uso de pomadas corticoides o crema solar también puede favorecer la desinflamación, al igual que una mezcla casera de bicarbonato de sodio y agua. Habitualmente, la herida provocada podrá durar entre 24 y 48 horas.
Para el caso de los niños, debemos evitar que entren en contacto con las medusas, incluso cuando se encuentran inertes en la orilla (aun muertas, su veneno puede mantenerse activo durante horas). Si el pequeño sufre un accidente, retírelo inmediatamente del agua y trate de remover los restos de tentáculos (nunca directamente con las manos). Ante algunos síntomas como dolor grave, dificultad para respirar o labios hinchados, busque atención médica rápidamente.